Aunque intento evitar las generalidades, me atrevería a decir que todos los seres humanos tendemos a educar a nuestros hijos de la mejor forma posible. Ello no implica que sea del mismo modo. Ya sabemos que los términos conciencia y valores son dos campos a años luz entre unas personas y otras y con un carga de subjetividad contundente y, por desgracia, de carácter a veces temporal o circunstancial. Creo que iba bien encaminado Groucho Marx cuando decía “Estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros”…
Porque, ¿cuánto de coherencia hay entre lo que decimos y lo que hacemos?
Enseñamos a los niños que deben ser cuidadosos, cumplir las leyes y mirar a ambos lados al cruzar…mientras que cuando vamos con ellos aceleramos como alma que lleva el diablo ante un paso de cebra en rojo. Sermoneamos continuamos con la frase “no hay cosa que más odie que la mentira”, y al cabo del rato, cuando llama la suegra -para nuestra niña, su querida abuela- con toda la desfachatez del mundo, al tiempo que bajamos el volumen de la tele, le suplicamos en voz baja “dile que ahora no puedo ponerme, que estoy con la cena”.
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