¿Qué ocurre cuando sobreestimulamos a los niños con el fin de que aprendan
antes o de que “sean” más?
Cathèrine L’Ecluyer expone en su libro Educar en el
asombro:
·
“La sobreestimulación sustituye al motor del niño, y anula su capacidad
de asombro, de creatividad, de imaginación.”
·
“La sobreestimulación predispone al niño a vivir con
niveles de estímulos cada vez más altos.”
·
“El niño se vuelve hiperactivo, y necesita buscar
entretenimiento o sensaciones nuevas cada vez más intensas.”
Estamos anulando la capacidad innata que tienen los niños de
asombrarse. El potente mecanismo que supone la curiosidad por las cosas y
que es el motor que incita al conocimiento.
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Queremos niños creativos. Se habla continuamente de fomentar la creatividad
y el emprendimiento, la autonomía y la capacidad crítica y reflexiva, pero
estamos educando niños a los que no les dejamos tiempo. A los que tenemos
permanentemente ocupados en actividades académicas, extraescolares y lúdicas organizadas
por nosotros. Niños sobreestimulados. Que aprenden rápido, sí, pero que se
cansan igual de rápido. Estamos apagando el motor del asombro, ese
que hace que un niño observe, se pregunte, indague y descubra.
Por eso el “aburrimiento” es el preludio de una parte importante del
aprendizaje. Los niños necesitan conocer y disfrutar del tiempo no
estructurado. Por dos motivos:
1. Porque los niños
necesitan tener tiempo libre para explorar el mundo exterior y también su mundo
interno, lo cual es el primer paso para la creatividad.
2. Porque los niños
necesitan aprender a gestionar su tiempo, a saber qué hacer con él, y no vivir
siempre con un “planning” de actividades que les elaboramos los adultos.
Si continuamente les tenemos entretenidos con actividades lúdicas y
académicas “estructuradas”, con pantallas encendidas asegurando diversión en
todo momento, jamás tendrán la oportunidad de seguir sus propias intuiciones,
de buscar y encontrar sus aficiones y pasiones.
¿Cuál es la opción más adecuada para favorecer el desarrollo cognitivo
natural de los niños sin sobreestimularlos?
1. Deshacernos de
aquellos estímulos que no son propios de la esencia del desarrollo infantil, y volver a ponerlos
en contacto con aquellos que forman parte de su experiencia natural, no como
adultos, sino como niños.
2. No intentar adelantar
su desarrollo, ni sus aprendizajes, y respetar su evolución natural con sus diferencias
individuales.
3. Asegurar aquellos
factores que está demostrado que afectan de forma positiva al desarrollo del
cerebro y al aprendizaje y la memoria: una dieta saludable, unos hábitos
de sueño y descanso adecuados y un entorno emocional estable.
4. Favorecer en la medida
de lo posible el contacto con el entorno natural, que ha producido
tantos beneficios en el aprendizaje de los niños durante siglos. La naturaleza
nunca es rápida , ni estridente. Tiene un ritmo lento y está llena de
maravillas, capaces de provocar el asombro y la curiosidad infantiles en todo
momento.
5. Favorecer el contacto
social, en un entorno emocional equilibrado, donde la comunicación con los seres
más allegados sea continua y profunda.
6. No contestar a todas
sus preguntas, y mucho menos reñirles por preguntar.
7. Darles tiempo “no
estructurado” y libre de estímulos artificiales. Un niño pensará los
primeros 5 minutos que se aburre, pero su naturaleza de niño le llevará a
inventar alguna forma para entretenerse.
Si seguimos permitiendo que nuestros niños sean incapaces de inventar, de
asombrarse y de descubrir, de gestionar su propio tiempo…, estamos abonando el
terreno para unos adultos poco responsables y muy conformistas, acostumbrados a
funcionar por las actividades que les programan los demás y nada familiarizados
con la paciencia, la calma y el tan necesario “silencio interior”.
AUTORA: Beatriz Montesinos