Hay tres razones que me hacen defender que los niños
pequeños no deben entrar en contacto con los dispositivos tecnológicos.
lavanguardia.com |
1. Usar el móvil para ahorrarle
esfuerzos conlleva una asociación mental negativa
A
nivel psicológico hay una razón muy importante por la que no deberíamos usar
los dispositivos en situaciones cotidianas, como mientras le damos la comida,
le vestimos o esperamos en el pediatra. La razón es que el cerebro aprende por
asociación y si usamos el móvil para ahorrarle al niño el esfuerzo de esperar o
de comer por sí mismo lo que conseguiremos es que su cerebro haga una
asociación muy negativa. Y cuando se tenga que esforzar por prestar atención a
la profesora, por leer un texto que le puede parecer aburrido o por estar
sentado hasta que acabe la clase la respuesta más lógica y natural para él será
distraerse. Porque sus padres le enseñaron que cada vez que se debía esforzar
se podía distraer con otra cosa.
2. Los niños acostumbrados a los estímulos intensos de la pantalla la prefieren a jugar con amigos o hermanos
Otra
razón es que tenemos un circuito en una región cerebral denominada núcleo
caudado, que es la que decide qué estímulos nos gustan más y cuales no merecen
nuestra atención, y ordena nuestras preferencias en función de aspectos como la
intensidad de los estímulos y el grado de gratificación inmediata que
recibimos. Y si tenemos un niño cuyo núcleo caudado se acostumbra desde muy
pequeñito a estímulos visualmente intensos y cambiantes como los de las
tabletas, en los que todo hace ruiditos, en los que en cuanto te aburres basta
con desplazar el dedo para cambiar, lo que va a ocurrir es que cuando llegue a
clase y vea a su profesor le va a parecer poco dinámico y luminoso, la pizarra
demasiado oscura y un libro demasiado lento, y su cerebro decidirá que no es
suficientemente importante como para prestarle atención. Además los niños
acostumbrados a estímulos intensos prefieren jugar con el dispositivo que con
los amigos o hermanos.
3. Un circuito poco eficaz para darnos la felicidad
Cuando
un niño juega a un dispositivo o ve vídeos o fotos en el móvil activa un
circuito poco eficaz para darnos la felicidad. Cada vez que vemos una foto
nueva, que matamos un marcianito o hacemos un regate en el videojuego recibimos
una recompensa en forma de descarga de dopamina. Pero esa recompensa dura muy
poco y eso hace que tengamos que repetir la conducta una y otra vez, llegando a
ser adictiva. Otro tipo de comportamientos como estar en contacto con los
padres, manipular objetos con las manos, el juego libre o simbólico, o tener
pequeñas responsabilidades como poner la mesa activan circuitos cerebrales
distintos que ofrecen un sentimiento más duradero como es la satisfacción, que
además favorece el autorrefuerzo (la capacidad del niño de sentirse bien sin
que nadie o nada se lo diga).
Estas
tres razones pueden explicar los estudios que demuestran que una mayor
exposición a las pantallas está asociada a una mayor prevalencia de problemas
de autocontrol (porque no saben ser pacientes ni esforzarse), de déficit de
atención (porque no saben esperar y los estímulos normales les aburren más que
a otros niños), mayores niveles de depresión infantil (porque dependen de
estímulos que provocan pequeñas recompensas pero ninguna satisfacción) y mayor
fracaso escolar (no pueden aprender aquello que no les interesa ni atienden).
AUTOR: ÁLVARO
BILBAO, Neuropsicólogo y autor de El cerebro del niño explicado a los padres
(Plataforma) @SaludCerebral
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